Es cierto, lo amo.
Amo su frío incierto, sus botellines al sol. Su ceceo. Su horribles tatuajes marineros.
Amo sus calles estrechas, sus sin calles; su hiriente parsimonia del reloj.
Adoro la farola que no alumbra. El silencio roto por fichas de dominó. La tinta que corre y reserva mesas con manteles de papel.
Amo el ensender de su sigarro; sí sigarillo. Cigarro es para los "otros", los que no usan calcentines subidos y tapan pantorillas de seca piel. Ésa que se alarga, coloca la boina y enciende la palabra expirando profundo toser.
Amo su hiriente calma. Su graznido a lo lejos. Sus hogares tendidos al sol.
Amo su reptar y su respirar. Su arrastrar de vidas gastadas hundidas y reflotadas. Amo su soledad porque es acompañada. Nada que ver con la mía que apenas ve ladrillos filtrando heridas.
Amo la plata que envuelve el color. El plomizo que nos tapa y me pone guapa.
El sol que me camufla y me deja ser paisaje.
El paisaje que para. Que quieta. Que se queja de no ser más que eso, paraje de vertidos deseos.
Amo el deseo escurrido. Amo lo que hay entre el más y el menos. Lo que cabe entre esto y aquello. Lo que empieza en la punta de mis dedos.
Lo que se va y no vuelve. Amo el instante que separa los labios. Sí, lo amo. Amo este lugar.
Amo, y ensancho el alma.
Tu sola letra me erizo la piel. Mil y el resto de gracias.
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