13 diciembre, 2010

Cantar del alma

Recuerdo que estaba en primero de carrera. Tenía un compañero llamado Jorge, al que le debo dos de los descubrimientos más importantes para mi cultura general. Un día, en la cafetería me dijo "¿Conoces a un escritor llamado Ray Loriga? Bueno mañana te traigo un libro. Escucha esto, voy a por tabaco." Me dejó los cascos de un walkman. Sonaba Manhattan.

Fue la primera vez que escuché a Morente. Era el año 1999. Por aquellas mi vida era un poco difícil. Llegar a casa no era del todo agradable. Recuerdo llegar esa tarde y volver a escuchar aquella cinta. Ponía OMEGA. A secas.

Porque a secas te quedas cuando lloras. Cuando necesitas refugio te secas. Cuando te duele, te secas. Y durante algunos años, me sequé con Morente.

Me encerraba en mi habitación, ponía el radiocasette, cerraba los ojos, y lloraba. Él siempre me hacía llorar. Me hacía sacar el dolor más profundo que durante muchas tardes de no consuelo necesitaba sacar. Era una terapia instintiva. Era sentirle por dentro. Me sentía comprendida. Me sentía querida.

No tengo idea de flamenco. No sé distinguir palos, bailar tangos, saber cuándo se hace bien o mal. No conozco a un guitarrista, a un palmero, a un bailaor. No sé qué es ser un innovador del género.

Sólo sé que hoy no he dejado de llorar.

No sé si lloro por él o por mí. No sé si mis lágrimas se van al cielo o al recuerdo. Sólo sé que hoy se me partió el alma. Y sinceramente, me da igual que nadie lo entienda.

Sólo sé que le echaré mucho de menos. Que lo llevaré siempre conmigo porque sin él mi dolor se queda sin tono. Sin sus giros mi piel no se eriza. Sin su recuerdo, me quedo desnuda.

Hoy ha sido un día muy triste. Apenas soy un pequeño rinconcito en el mundo. La vida me traerá momentos como el de hoy, mucho peores estoy segura. Pero hasta este momento, nunca tuve que decir: mi más sentido pésame.

15 DICIEMBRE 2010

Añado el mejor adiós que podría haber tenido


09 diciembre, 2010

La ingestión de porvenires.

No tendría mucho sentido hablar de lo pretérito.
Tampoco lo tiene hablar del futuro aunque si se acierta siempre uno puede
anotarse el tanto de la casualidad.

No tiene sentido extenderse en malhumoradas intenciones,
ni ser el escéptico quejica que de aspiraciones se ahoga y genera un orden fijo.

Mejor en cierto modo pero no sé yo hasta qué punto
tienen sentido en la ira la añoranza
tatuarse el olvido con recuerdos
o dicho con retórica
re-contarse la pre-historia para que suceda de otro modo.

No tiene por lo pronto mucho sentido, el sentido sin sensibilidad.

Tampoco tiene sentido un hoy raruno y un mañana donde haces falta
un insomnio que adormece y una invalidez mental en el proceso.
Menos sentido tiene que te diga hoy te quiero y mañana
juntos
pateemos el universo.

Entonces, si todo esto es así, a relajarse.
Si aceptamos los sinsentidos que se cruzan como ojos de un vidriero,
se nos hace liviana la ingestión de porvenires
nos alivia de ignorancia y se destensa la tangente cuerda del alma.

Se deshace la obligatoriedad de la perfección en el volúmen
se pierden en el camino los falsos argumentos,
se nos queda una verdad
desnudita y temblorosa.

Si por el contrario le damos sentido al sinsentido
empezamos a inventarnos las reglas de un nuevo juego,
ése que solo es suyo y mío, o mío más que suyo, o suyo al fin y al cabo.
Entre suspiros y cariños nacen dos o tres acuerdos
imposibles de cumplir pero qué bonitos por qué no dejarlos en eso, bonitos.

Se nos crece la tontería y el jadeo
se llena de interrogantes el supermercado y un día de letargado aburrimiento,
merma la voluntad y nos da por la autocrítica.

Llegado ese momento comenzamos a hablar de lo pretérito
del futuro del exceso
se nos malhumoran las intenciones...
por qué no, sin sentido.